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El espécimen
La senadora atravesó el umbral del laboratorio, sin
reparar en los dos científicos, y con paso firme se plantó frente al cristal que, con forma circular, mantenía al espécimen atrapado en su interior. Estaba
desnudo, su cuerpo, plagado de cortes y cicatrices recientes, denotaba claros
indicios de desnutrición. Llevaba puesto el casco virtual, caminaba
pesadamente esquivando obstáculos invisibles, un láser infligía leves
incisiones en sus castigadas piernas.
La senadora dirigió su mirada a una de las pantallas, en
ella se mostraba lo que estaba viendo la criatura en primera y en tercera
persona: el ejemplar creía que se desplazaba por una zona boscosa, sin sendero,
atravesando una zona cubierta de matorral espinoso.
El
otro monitor mostraba el estado físico del individuo, la mujer, después de
estudiar unos segundos los marcadores de los biorritmos, se volvió hacia los
dos biólogos que la miraban expectantes y con reverencia…
—¿Qué tienen que decirme? —preguntó con la altanería
despótica de quien ha nacido en la nobleza, sintiéndose superior.
—Lo llamamos
sujeto Alfa —comenzó
a explicar uno de ellos—, pertenece al 9,87% de la población del planeta. Y
tenemos malas noticias señora, no se rinden luchan hasta morir, incluso por
encima de sus capacidades físicas teóricas.
La senadora orientó sus orejas hacia su subordinado, en
un claro gesto de no haber comprendido.
—¡Explíquese!
—Quiero decir, que debería haber muerto unas treinta
horas atrás, pero no comprendemos por qué continúa con vida. Sospechamos que
cuando están fuertemente motivados, son capaces de superar su propia biología y
romper sus límites físicos.
—¿Es eso posible? ¿Qué clase de motivación tiene ahora?
—Está tratando de rescatar a su compañera y a su cría.
Aunque se lo hemos puesto imposible, no le hemos dejado ningún resquicio, y él
lo sabe, pero a pesar de todo continúa intentándolo.
—Pero… eso es ilógico, ¿por qué no huye y busca otra
fémina para procrear? Está claro que es un ejemplar formidable —al decir esto la senadora estiró su magnífico y musculoso cuerpo, aumentado la diferencia de
altura entre ella y los científicos, y sin tratar de disimular el desprecio que
sentía por ellos—. Estoy segura de que hay muchas hembras humanas dispuestas a
aparearse con él.
—A eso nos referimos en el informe señora —dijo el de
rango superior agachando las orejas mostrando sumisión–, un porcentaje de la
población no se someterá jamás, no actúan por lógica, su parte sentimental se
apodera de ellos, y además poseen el efecto contagio, la tendencia del resto de
humanos es la de seguirlos, se convierten en líderes, provocan devoción…
—Ya, entiendo, nunca nos dejaran su planeta, no
lograremos esclavizarlos, tendremos una guerra de baja intensidad continua, la
única opción es aniquilarlos a todos…, pero eso es absurdo.
La senadora paseó lentamente rodeando la cabina ovalada,
sin dejar de mirar al terrícola, meditando una importante decisión…
—Está bien, creo que tienen razón, mejor nos olvidamos de
este planeta, está claro que los inconvenientes superan a los beneficios.
Dicho esto, golpeó los tacones en un gesto marcial y se
dirigió a la puerta.
—Señora —dijo el biólogo impidiendo que cruzara el
umbral—, ¿qué hacemos con el espécimen?
Ella se giró de cintura para arriba y mirando al
terrícola dijo:
—Me lo voy a quedar, es interesante, enriquecerá mi
colección privada, lástima que solo tenga dos piernas -mientras en su rostro
se intuía una siniestra sonrisa.